En la ciudad de Popayán la personas del común debemos utilizar el servicio público de trasporte para movilizarnos a los lugares de estudio, trabajo, medico o casa de algún amigo.
El bus, buseta y el colectivo son automóviles encargados de recorrer la ciudad de principio a fin, en búsqueda de pasajeros, para ganar el sustento de conductores y dueños que siendo seres humanos tienen miles de preocupaciones y familias por las cuales responder.
Muchos de los conductores respetan sus recorridos y conducen adecuadamente porque son conscientes que los pasajeros son personas bajo su responsabilidad, pero hay algunos a los que esto no les interesa, esos que cuando el bus está lleno y a reventar tienen a flor de labios la frase “echen pa’ atrás”, de estos viene el caso que publico hoy.
RESULTA Y ACONTECE:
Ayer me encontraba en el centro de la ciudad de Popayán, después de una larga jornada de estudios, que inicié a las 5 am y terminé a las 4 pm, decidí que no quería caminar y tomaría un bus para llegar a mi casa rápido, tomarme un café, leer el periódico y revisar notas de las clases del día siguiente, esperé alrededor de 8 minutos cuando llegó el bus que paró frente a mi, me subí, pagué y senté mientras el vehículo estaba en movimiento.
Después de dejar el centro, el conductor vio que el bus de otra empresa le llevaba calle y media de ventaja, fue entonces cuando apareció un monstruo al volante que intentaba en vano adelantar al otro vehículo que giró en la esquina para continuar el recorrido acostumbrado mientras nuestro conductor, mitad hombre mitad bestia, se metió una calle mas abajo, alterando su ruta, no cerró la puesta, como les han ordenado hacerlo por los repetidos robos en la zona, conducía a alta velocidad por una calle caracterizada por sus huecos hasta llegar a un pequeño puente y desembocar a la avenida, feliz y dichoso de haberle ganado al otro autobús.
No sé si les ha pasado, pero yo tengo la costumbre de volverme fatalista cuando subo a un vehículo y quien lo conduce no me inspira confianza, ayer mientras me aferraba a mi asiento, con los pelos de punta por el terrible comportamiento del chofer, alcanzaba a imaginarme: atropellamientos, un choque, un ladrón que se metía para quitarnos lo que llevábamos, también pensé en un accidente con varios heridos provocado por la perdida de control del vehículo y por último, cuando regresamos a la vía principal, pensé en el irrespeto e irresponsabilidad de este sujeto y que lo peor del asunto es que hay muchos como él.
Cuando me bajé de aquel artefacto, me sentí feliz de poner los pies en tierra firme y, para cuando volteé a ver, el veloz conductor ya se había marchado.
Llegué a mi casa en doce minutos pero hubiera preferido los veinte tradicionales donde no se arriesga mi integridad y no sale a flote mi lado paranoico.
El bus, buseta y el colectivo son automóviles encargados de recorrer la ciudad de principio a fin, en búsqueda de pasajeros, para ganar el sustento de conductores y dueños que siendo seres humanos tienen miles de preocupaciones y familias por las cuales responder.
Muchos de los conductores respetan sus recorridos y conducen adecuadamente porque son conscientes que los pasajeros son personas bajo su responsabilidad, pero hay algunos a los que esto no les interesa, esos que cuando el bus está lleno y a reventar tienen a flor de labios la frase “echen pa’ atrás”, de estos viene el caso que publico hoy.
RESULTA Y ACONTECE:
Ayer me encontraba en el centro de la ciudad de Popayán, después de una larga jornada de estudios, que inicié a las 5 am y terminé a las 4 pm, decidí que no quería caminar y tomaría un bus para llegar a mi casa rápido, tomarme un café, leer el periódico y revisar notas de las clases del día siguiente, esperé alrededor de 8 minutos cuando llegó el bus que paró frente a mi, me subí, pagué y senté mientras el vehículo estaba en movimiento.
Después de dejar el centro, el conductor vio que el bus de otra empresa le llevaba calle y media de ventaja, fue entonces cuando apareció un monstruo al volante que intentaba en vano adelantar al otro vehículo que giró en la esquina para continuar el recorrido acostumbrado mientras nuestro conductor, mitad hombre mitad bestia, se metió una calle mas abajo, alterando su ruta, no cerró la puesta, como les han ordenado hacerlo por los repetidos robos en la zona, conducía a alta velocidad por una calle caracterizada por sus huecos hasta llegar a un pequeño puente y desembocar a la avenida, feliz y dichoso de haberle ganado al otro autobús.
No sé si les ha pasado, pero yo tengo la costumbre de volverme fatalista cuando subo a un vehículo y quien lo conduce no me inspira confianza, ayer mientras me aferraba a mi asiento, con los pelos de punta por el terrible comportamiento del chofer, alcanzaba a imaginarme: atropellamientos, un choque, un ladrón que se metía para quitarnos lo que llevábamos, también pensé en un accidente con varios heridos provocado por la perdida de control del vehículo y por último, cuando regresamos a la vía principal, pensé en el irrespeto e irresponsabilidad de este sujeto y que lo peor del asunto es que hay muchos como él.
Cuando me bajé de aquel artefacto, me sentí feliz de poner los pies en tierra firme y, para cuando volteé a ver, el veloz conductor ya se había marchado.
Llegué a mi casa en doce minutos pero hubiera preferido los veinte tradicionales donde no se arriesga mi integridad y no sale a flote mi lado paranoico.